viernes, 19 de junio de 2009

HECHIZO DE JAZMINES

Capítulo I

Nueva Orleans, año 1790

Las llamas rojas y chispeantes danzaban dentro del hogar, los leños crepitaban como el murmullo de un gentío. El reloj situado sobre la repisa del hogar marcaba las doce horas y su constante tic-tac ponía nervioso a Devon Calvert, Vizconde Gauffier.

El estudio estaba en completo silencio, el cual era quebrantado solamente por los sonidos emitidos por el reloj, los leños ardientes y los pasos del hombre sobre el piso de madera.

Los tacones de las botas de montar golpeaban incansablemente los tablones lustrosos, en un ir y venir infatigable.

El rostro de Devon destilaba preocupación. El sudor empapaba su frente en señal de un temor semiescondido.

Estaba desaliñado; la camisa entreabierta y casi afuera de los pantalones de montar. La chaqueta y el chaleco los había arrojado sobre un sillón, casi inmediatamente al entrar al estudio.

Pero su imagen poco le importaba en esos momentos. El objeto de su preocupación se hallaba en el piso superior. Su esposa luchaba contra la muerte para dar a luz a su primogénito.

Recién entraba en el establo, luego de su recorrida diaria por la plantación, cuando un sirviente casi sin aliento por la prisa le informó que su esposa Brigitte había entrado en trabajo de parto unas horas antes.

Inmediatamente desmontó su caballo, le arrojó las riendas al mozo de cuadra y corrió hacia la mansión. Subió las escaleras hacia la planta superior a grandes zancadas.

Sin embargo no pudo ingresar en su habitación para ver a su esposa, pues la criada que acababa de salir con una palangana de cobre llena de agua sucia se lo impidió.

-La partera dijo que nadie podía entrar, amo. Ni siquiera usted- había dicho la muchacha.

-¡Pero es mi esposa y quiero verla!- demandó él.

-Ya le he dicho que no puede, monsieur. Usted no tiene nada que hacer ahí- replicó la mulata, tapándole el acceso a la puerta.

Devon consideró que discutiendo no ganaría nada y decidió obedecer las órdenes de la partera. Aun así, no podía retirarse sin averiguar el estado de su esposa. – ¿Brigitte se encuentra bien?- preguntó.

-Sí, monsieur. Aunque no puedo informarle nada más porque aun sigue en trabajo de parto- respondió la criada.

Devon asintió con la cabeza. –Estaré en mi estudio. Si llega a ocurrir algo inesperado, por más insignificante que sea, me lo comunica enseguida. ¿Entendió?- le advirtió a la mulata.

-Sí, amo- contestó ésta.

Había transcurrido una hora desde que había ingresado al estudio cuando llamaron a la puerta. Al abrirla se encontró con el rostro pálido de la criada, plenamente visible a pesar de su piel oscura.

-¿Qué ocurre?- preguntó Devon con ansiedad.

-A... algo malo, monsieur.- respondió la criada con voz temblorosa. –El niño...-

Devon no esperó a que la criada terminara de hablar y salió corriendo con tal desesperación que casi tira al suelo a la muchacha. Al llegar a la habitación de su esposa, abrió impetuosamente la puerta e ingresó.

Cuando observó el rostro de Brigitte su cuerpo se paralizó. Jamás había visto tanto sufrimiento en sus ojos.

-¿Qué es lo que sucede?- preguntó a la partera.

-El niño viene mal- contestó la matrona sin mirarlo, mientras continuaba secando con un paño el sudor de la frente de Brigitte.

-¿Y eso qué significa?-

-La criatura no está en posición. Creo que tiene el cordón enroscado a su cabecita; y si ello es así...- la partera lo miró con compasión -... habrá que tomar una decisión.-

-¿Decisión? ¿De qué está hablando? ¡Explíquese, maldita sea!- explotó Devon.

-Si el niño nace, tal vez no lo haga con vida. O al contrario, podría ser que su mujer no sobreviva o que murieran ambos. Por eso debe decidir qué vida quiere preservar- declaró la mujer.

Devon sintió que el corazón se le oprimía ante esas palabras. Lentamente se arrodilló junto a la cama y tomó la mano delicada de su esposa entre las suyas. -¡Oh, amor! ¿Qué haremos?- exclamó con los ojos llenos de lágrimas.

-Salva a nuestro hijo- respondió Brigitte con la voz débil por el esfuerzo que estaba haciendo para parir. Su respiración era agitada y al instante lanzó un grito de dolor.

-¿Qué le sucede?- le preguntó asustado a la partera.

-Es sólo una contracción- respondió ésta.

Devon se llevó la mano de su esposa a los labios y le besó el dorso –Mon amour, ¿cómo puedes pedirme que sacrifique tu vida? No puedo hacer eso. Te necesito a mi lado y el niño también.-

-Pero... Devon...- replicó ella con voz llorosa –Es tu heredero, es necesario que él viva.-

-Eso no importa. Si no se salvara, tendremos otros hijos y...-

-¡No!- le interrumpió ella -¿Y si mi próximo embarazo resultara complicado también? Yo no quiero volver a someterme a este sufrimiento.-

-No pienses en eso. Ya verás que todo saldrá bien- le aseguró no muy convencido.

-Te lo ruego...- suplicó Brigitte, pero Devon la acalló con un suave beso en los labios. Luego se incorporó y miró a la matrona. –Ambos deben salvarse. Debe lograr que ambos sobrevivan- le ordenó.

-¡Pero señor...!-

-Ya me oyó- le interrumpió él. Dio media vuelta y se marchó.

Habían transcurrido tres horas desde que viera a Brigitte y Devon no tenía noticias todavía. Los nervios y la incertidumbre lo estaban consumiendo.

Ya le había rezado a Dios y a todos los santos pidiendo un milagro. ¿Por qué el destino le tenía que jugar este mal momento? ¿Estaba siendo castigado por algún pecado? Sin embargo él no recordaba ninguno de gravedad. Siempre había sido una buena persona. Un hijo obediente, un hermano cariñoso, un perfecto caballero y un devoto esposo. No veía fallas en su conducta, presente y pasada, que diese motivo a esta pesadilla.

Desde el primer momento en que Brigitte le fue presentada, sólo tuvo ojos para ella. Tan delicada, femenina, suave...

Ella era todo en su vida. Lo regocijaba su sonrisa, el resplandor de su cabellera dorada, sus brillantes ojos turquesa. No quería imaginar lo que sería de él sin Brigitte a su lado.

Un suave golpe en la puerta lo apartó de sus pensamientos, -Adelante.-

La puerta se abrió muy despacio y la partera ingresó cargando un bulto de sábanas blancas entre sus brazos regordetes.

-Fue un varoncito...- dijo y lo miró con pesar –El Señor se lo llevó a su lado.-

Devon sintió un nudo en la garganta. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Con gran temor preguntó -¿Y mi esposa?-

La partera no contestó, pero Devon supo la respuesta. Sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Tenía los puños apretados a los costados del cuerpo. Estaba paralizado; las lágrimas fluían de sus ojos. Ni siquiera tenía valor para mirar a su hijo fallecido.

Cuando por fin reaccionó, su impulso fue correr escaleras arriba, hacia la habitación de su esposa. Allí se quedó; junto al cuerpo sin vida de Brigitte, durante el resto del día.

Debo confesar que la idea de subir "mi primer novela" a un blog, siempre me resultó extraña y ajena a mis intereses.
Al comienzo escribí la novela por puro placer personal, por el sólo hecho de plasmar las ideas e imágenes que se agolpaban en mi cabeza y que iban tomando forma de narración.
Cuando la finalicé, no tenía ganas que alguien más pudiera verla... reconozco que me daba un poco de vergüenza por el género que trataba y su contenido romántico y un tanto erótico. Es decir, era la clase de relato que vulgarmente suele llamarse "novela rosa" y no quería que fuera considerada de esa manera.
Es así que, con un poco de renuencia al principio, muy escasas personas allegadas a mi llegaron a leerla
Con el tiempo, y debido a la insistencia de familiares y amigos que me animaban a publicarla convenciéndome que yo había creado un buen material, que era una lectura entretenida y atrapante; llegué al entendimiento de que quizá sería bueno que el mundo (o al menos una pequeña parte de la sociedad) pudiera conocer mi obra prima.
Mientras comenzaba la busqueda de editoriales que se interesaran en mi humilde trabajo como escritora y siguiendo a la espera de respuestas afirmativas a fin de ver finalmente publicada mi novela, mi madre un día sugirió que la subiera a un blog (¡No perdés nada! Fijate cuántos escritores y/o amateurs, gente común, etc. han publicado cosas por este medio y fueron reconocidos finalmente!? -fueron algunas de sus arengas).
De esa forma mi madre sembró la semilla que fue germinando en mi poco a poco,
cultivada por el eterno apoyo de mi familia, hasta florecer en esta acertada propuesta de dar a conocer mi primer novela romántica.

Y aquí estoy, dando el primer paso para que "esta bella historia de amor y aventuras" vea la luz y llegue a nutrir la imaginación de los que se interesen en conocerla.